
Tengo que admitir que comencé a jugar a Silent Hill f con un gran temor. Primero, por el género. El terror en los videojuegos me fascina, pero arrastro una experiencia traumática con la saga. Confieso aquí que tuve que apagar mi vieja Xbox apresuradamente apenas cinco minutos después de haber empezado Silent Hill 4: The Room. El terror psicológico no suele afectarme de ese modo, pero aquel momento o el contexto hicieron que no volviera a tocar ese juego nunca más. Años después todavía no sé explicar qué sucedió. Lo más sencillo y honesto es reconocer que me cagué por las patas abajo.
La otra inquietud al enfrentarme a Silent Hill f llevaba el nombre de Konami. La compañía japonesa siempre ha sido una de mis debilidades. No creo que hagan falta demasiadas explicaciones; basta con mencionar Castlevania, Sunset Riders, Pro Evolution Soccer, Lethal Enforcers, The Simpsons o Looney Tunes Adventures para dibujar en mi memoria un refugio seguro en el que perderme gracias a la nostalgia.
Por eso su situación actual me dolía en el alma. El lanzamiento de Metal Gear Solid V no solo precipitó el final de la relación entre Hideo Kojima y Konami, sino que también marcó el instante en el que la empresa comenzó a olvidarse de los videojuegos para centrarse en otras ramas de negocio, aunque algunas guardaran cierta relación con ellos. Sobre PES y lo que hoy se conoce como eFootball, prefiero guardar un respetuoso silencio.
La ruptura entre el creador y la compañía vino acompañada de un seguimiento mediático brutal y de una de las cancelaciones más dolorosas en la historia del videojuego. Kojima acababa de mostrar al mundo P.T., una demo jugable que al final revelaba ser el prólogo de Silent Hills. Ese juego nunca llegó a ver la luz y Konami, que incluso llegó a negar su existencia, se instaló en un modo de destrucción de su propio legado que todavía hoy cuesta entender.

Todo volvió a comenzar con Silent Hill 2
O, mejor dicho, costaba. Porque si con Silent Hill murió la antigua Konami, con Silent Hill ha regresado por la puerta grande. Todo comenzó el año pasado con el remake de Silent Hill 2, con Bloober Team al mando. Nadie confiaba en ellos, pero lograron firmar una obra que resultó ser una delicia para los fans.
El retorno se ha culminado ahora con Silent Hill f, además de con Metal Gear Solid Delta, otro remake lanzado recientemente. Y aquí estoy: intentando comprender y asimilar cómo se me ha quedado el cuerpo tras jugarlo. Me cuesta encontrar las palabras adecuadas, pero voy a intentarlo.
Silent Hill f está ambientado en el Japón de los años 60. No es un escenario elegido al azar, sino un elemento que se entrelaza con la propia historia. Supone un cambio radical respecto a los juegos anteriores de la saga, pero la apuesta por la ambientación no podría haber salido mejor.
Violencia familiar

La protagonista es Hinako Shimizu, una joven estudiante con graves problemas familiares. Su padre es violento y alcohólico. Su madre, sumisa ante el poder que ejerce su marido, no mueve un dedo para defender a sus hijas, en especial a Hinako, que ya había visto cómo su hermana mayor partía para emprender una nueva vida como esposa.
Su vida escolar tampoco es un refugio. Su mejor amigo no la mira como ella desearía, mientras que en el grupo comienzan a brotar celos y envidias que erosionan lo que alguna vez fue una amistad idílica. Cuando arranca el juego, esa relación está lejos de serlo.
Es entonces cuando los acontecimientos se precipitan. Una densa niebla cubre el pueblo y grotescos personajes comienzan a acosar a Hinako y a sus amigos, que al principio intentan mantenerse unidos. Pero pronto, a medida que el jardín de flores rojas contamina la localidad, todo empieza a quebrarse en la vida de la protagonista.
Este es solo el punto de partida. Me encantaría poder extenderme más, podría hablar durante horas de Silent Hill f, pero prefiero hacerlo cuando tú, que me lees, lo hayas completado al menos una vez.
Radiografía del infierno personal
El argumento, escrito por Ryukishi07, es sin duda lo más destacado del juego. Retrata con crudeza el detestable trato hacia la mujer japonesa de aquella época, extrapolable a cualquier rincón del mundo e incluso a nuestros días. Es un relato duro, cruel y, al mismo tiempo, magnífico: una radiografía del infierno personal de una joven cuya vida está marcada por hombres que reclaman su voluntad como si fueran objetos en venta.
Silent Hill f no se corta en su dureza visual. Hay que advertir de escenas extremadamente explícitas, no tanto por lo que muestran, que también, sino por la impotencia que transmiten cuando tienes el mando en las manos. Aunque la historia se desvela con calma —mucho ojo a los diarios de Hinako—, el juego te obliga a empatizar con ella y a sentir el mismo dolor que atraviesa cada instante de su existencia.
Combates y puzzles

El sistema de combate es uno de los puntos más polémicos del trabajo de NeoBards Entertainment, el estudio encargado. No fue del todo bien recibido cuando se mostró y, aunque funciona correctamente con su peculiar sistema de contraataques y bloqueos, no es lo mejor del juego. Intenta reflejar la fragilidad de Hinako, aunque a veces resulta excesivo. Hay momentos en los que se abusa de los enfrentamientos, pero, afortunadamente, nunca llegan a arruinar la experiencia. No lo hace en ningún caso y se puede dominar con unos minutos de práctica.
Otro de los elementos clave de Silent Hill f son los rompecabezas. Cuentan con dos niveles de dificultad, pero recomiendo encarecidamente jugarlos en el más alto. La acción dependerá del reto que te propongas, pero los puzzles deberían disfrutarse en su nivel máximo. No soy precisamente el más listo de la clase y, aunque me atasqué en un par de ellos más tiempo del previsto, resultan lógicos y con la dosis justa de desafío.
Además, muchos de los problemas a resolver forman parte de la historia y ayudan a definir cómo es y cómo se siente Hinako frente a su perturbadora existencia. El viaje de Silent Hill f atraviesa de manera excepcional varias realidades de la protagonista. Todo cobra sentido al final. Es un camino retorcido y brillante al mismo tiempo: emocional y crudo. Sin duda, es uno de esos juegos que debería figurar entre los candidatos a GOTY de 2025. Y no es para menos.