A solo cuatro días de que Ninja Gaiden 4 se vistiera de largo, Tomonobu Itagaki había muerto. Fue el carismático responsable («una fuerza de la naturaleza», según The Guardian) de resucitar la franquicia hace 20 añazos, y parecía un personaje de la saga hasta el punto de llevar katana en al menos dos de las tres entrevistas que le hice en aquella época, cuando pensaba que algunos juegos, de tan buenos, era mejor dejarlos en el altar donde estaban. Me equivoqué entonces, y me pasó en 2025 otra vez.
“Cuánto ha cambiado Tokyo”, dice Yakumo, el nuevo prota de la serie, después de un flamante tutorial que explica frenético de qué van los ninjas en la actualidad. Diseño K-pop aparte, la velocidad de control es incomparable no solo a sus predecesores, sino a cualquier juego del género. Los cambios a los que se refiere la frase parecen un guiño de los creadores a cuánto ha avanzado el juego respecto a sus ya rompedores capítulos pretéritos.
La noticia más importante es que el alma del juego sigue intacta. La mezcla de velocidad, precisión y brutalidad que definió a Ninja Gaiden 2 vuelve aquí con más capas, más sistemas y más posibilidades. Enemigos que no esperan su turno, que te presionan sin descanso, y un protagonista que responde con una caja de herramientas letal que convierten cada combate en una coreografía de supervivencia. Es, sencillamente, el mejor sistema de combate 3D que se ha visto en años, una evolución de los Assassin’s Creed o los Arkham sin la piedad que aquellos exhibían.
Yakumo yatekomo
Yakumo en teoría debía heredar el espíritu de Ryu Hayabusa; en la práctica, se queda en un ninja genérico con más gruñidos que carisma. No ayuda su peinado, tan a la moda que se pasará de moda en breve, ni su historia, con dragones oscuros y sacerdotisas en apuros, digna de aquellas pelis ochenteras sin pretensiones trascendentales. Y sus compañeros parecen creados para rellenar diálogos entre pelea y pelea: no hay emoción, no hay vínculo, solo un guion que quiere ser épico sin creérselo demasiado. Me consta que es una fórmula con muchos simpatizantes, y desde luego ayuda a que te centres en la acción, pero no costaba nada hacer una historia molona, IMHO…
Pero cuando las espadas chocan, todo eso deja de importar. La aportación de Platinum se nota en el ritmo, en el espectáculo y en un detalle que cambia por completo la dinámica: la Bloodraven Form. Al activarla, Yakumo transforma su arma en una versión más lenta y devastadora, capaz de romper defensas o interrumpir ataques imposibles. Es puro Bayonetta infiltrado en Ninja Gaiden, y funciona. De hecho, combina tan bien que cuesta imaginar la saga sin este toque de locura estilizada.
¿Fallo en Matrix?
Lo que no ha mejorado tanto es lo que rodea a la acción. Los escenarios —una Tokio futurista, acantilados, bases militares— rara vez sorprenden, pese a ser en un primer vistazo siempre impresionantes. El diseño de niveles repite estructuras y texturas hasta el agotamiento, y los jefes, aunque algunos recuerdan a los mejores duelos de Metal Gear Rising, otros se quedan en enormes esponjas de vida con ideas poco inspiradas. Con todo, la suavidad, la estable tasa de frames y el ritmo nivel ‘chaladura’ hacen que te fijes más en quién tienes al lado que cómo de bonito es el fondo.
Aun así, hay algo mágico en su crudeza. Ninja Gaiden 4 no pide permiso, ni intenta gustar a todos. Su curva inicial es un muro, su economía interna roza lo cruel (a menos que tengas la edición Deluxe y sus 50.000 monedas), y su historia es olvidable. Pero su acción —esa danza frenética de reflejos, precisión y brutalidad— lo redime todo. Ojo, que también hay guiños a anteriores entregas y más de una sorpresa, al estilo Metal Gear Solid 2. Demasiada pista, me temo…
No es el mejor Ninja Gaiden en conjunto, pero sí el más puro en espíritu y sin ninguna duda el más espectacular. Un recordatorio de que el género de acción sigue teniendo espacio para juegos que te obligan a sudar cada victoria. Si Devil May Cry 5 fue la reinvención elegante, Ninja Gaiden 4 es el regreso sucio y visceral. El ninja ha vuelto y sigue siendo imposible. Itagaki estaría orgulloso.




